Salud divino tesoro. ENTER.

Acecha una peste galopante; acecha la derecha argenta y un déjà vu eterno.

La peste entonces  se vuelve política.

La peste entonces se vuelve poesía, se vuelve narrativa, se vuelve dramaturgia, se hace verso y canción, estrofa y estribillo.

La peste se vuelve fiebre.

Fiebre en la sintaxis y en la gramática, fiebre en las palabras. Otoño febril nos dio abril singular y bestial, perverso y hostil.

Encierro y escritura siempre han ido de la mano y la peste solo ha legitimado el oficio. Divino vicio.

El encierro es  hábitat natural para las letras desde la Olivetti hasta la Mac.

La cosa ermitaña, la cosa encerrada, el claustro,  los dientes apretados, la espalda encorvada, el ruidito del teclado, el ALT y el ENTER como broche final; ese ENTER de la divinidad que te anuncia que ya está.

Musiquita para mis tímpanos el ENTER, con fuerza, con vehemencia, con todo el poder del mundo mundial en el dedo índice. El índice empoderado. Hermosura pasar al renglón siguiente. Pasar, seguir, la inercia, la supervivencia, toser, estornudar, morir mil veces,  vivir, sobrevivir, supervivir. Sonreír. La sonrisa hasta el fin de los días.

ENTER es pasar el dedo por la lengua a la vieja usanza y dar vuelta la página.

Tecla fundamental y necesaria para subrayar la importancia del punto aparte.

La peste pide a gritos un cobijo y un punto aparte. La fiebre pide red, y no social. Red de contención. Una red que ataje los 40 grados de fiebre y los huesos deshechos.

Una red que ataje los resabios y las fisuras y roturas.

Ir de la cama al living es un lujo burgués  y sólo merece la gratitud; un catre, un plato caliente, un tinto, un puchito y los huesos fuertes.

Salud divino tesoro.

Pasan los días y la vida entre la  vergüenza ajena y la fiebre en el país triste.

La Fiebre universal. Sensación de posguerra mientras hordas  imploran por  su combo de  cerveza artesanal y papas cheddar con aceite recalentado y kilos de  mayonesa. La grasa de las capitales que chorrea mala sangre. La espuma blanca de la cerveza en Buenos Aires se vuelve fiebre; se vuelve muerte.

Tus aires, tu no clemencia, tu pieza de sushi nos sube la fiebre. Y se traducen en un ENTER para siempre. 

Agustina Benedettelli